viernes, 20 de diciembre de 2013

                                                                                           
Leonora
Helena Poniatowska
Seix Barral. Biblioteca Breve , México, 2011
510 pg. 
                
La dama oval o los hemisferios de Leonora Carrington

Nana Rodríguez Romero
Reunir a dos mujeres extraordinarias de la historia de la literatura y la pintura del siglo XX, en una novela, es un disfrute para el espíritu. La escritora mexicana, Helena Poniatowska, autora de una vasta obra reunida en novelas, cuentos, poesía , teatro y crónica, como La noche de Tatlelolco, La piel del cielo, Querido Diego, te abraza Quiela, etc;  aborda la vida de la pintora y escritora ingIesa Leonora Carrington (1917-2011), mediante el género de biografía novelada, en la que narra  escenas de la vida de la artista, nacida en el seno de la aristocracia que desafió desde niña, con su temperamento arrollador, marcado por una gran imaginación y rebeldía,  conociendo a lo largo de su existencia, no sólo las tragedias del siglo XX en la Europa de la II guerra; sino también, como víctima del exilio, la cultura  extraña del México ancestral y el cosmopolitismo de Nueva York.
A través de sus 510 páginas, la autora, fiel a los hechos más significantes de la vida de Leonora, a quien conoció de manera cercana; con un estilo sencillo y ameno, conjuga la narración, con la erudición y la reflexión, mediante 56 capítulos salpimentados de gozo, dolor,  sabiduría y asombro, ingredientes con los que se construye una buena novela.
De esta manera, se asiste a una historia de la cotidianidad y de la intimidad de la pintora,
exaltada y marcada por las diversas épocas, circunstancias y lugares por donde transcurrió
su vida. Desde su infancia en Lancashire, época temprana en la que su excentricismo, su carácter fuerte y rebelde la hizo enfrentarse con la autoridad de su padre y con las tradiciones y dogmatismos de la sociedad y de la educación; su identidad con los caballos, reflejada en su posterior obra, tanto así que en una conversación con su madre le dice que ella por dentro es un caballo, y la madre le objeta que sólo ve a una niña vestida de blanco con una medalla en el cuello, a lo que responde airada que es un caballo disfrazado de niña, y además usa los dos hemisferios del cerebro, razón por la que la trataron de “disfuncional”.
Se podría decir, a través de la lectura, que Leonora Carrington fue una de aquellas personas únicas, nacidas para crear y guerrear en la defensa de su ser, libre de ideologías, dogmas y religiones, credos y partidos políticos; es la imagen que se va construyendo a través de la escritura de Poniatowska en la cual se deja entrever el carácter, la visión de mundo, y las emociones de dos mujeres, conscientes de su lugar en la sociedad, quienes a pesar de su origen aristócrata, con su pensamiento y acciones marcaron rupturas acerca del papel de la mujer a mediados del siglo pasado, respecto del amor, del sexo, del arte, de la familia, de la educación y de la política.
Los diversos contextos que muestra la novela permiten conocer y re-conocer los avatares vividos por la última pintora del surrealismo. Su pasión por la pintura y el entrañable amor por el pintor Max Ernst, la llevan a huir de su hogar y de su familia, a destruir los cánones de la estética tradicional, al conocer a los surrealistas de la vanguardia como Bretón, Éluard, Artaud, Man Ray, Duchamp, Dalí, Picasso, Miró, entre otros, y dejarse llevar por ese torbellino en el que el vino, la poesía, el amor y el sexo, eran la vida.
Con la nefasta aparición del fascismo en Europa, la Novia del viento se encuentra sola al ser apresado Ernst en un campo de concentración. Trabajando como una campesina de sol a sol, logra sobrevivir en el cuidado de sus viñedos, pero la soledad, sus visiones y extravagancias la llevan a ser recluida en el manicomio y a sufrir dosis de cardiazol, por orden de su padre, quizá el mayor infierno por ella vivido y recordado con horror hasta sus últimos días.
La literatura entre otras bondades, nos acerca al sentimiento de las épocas y a la particularidad de la condición humana, en este caso de una artista del surrealismo aunque ella expresara que todas sus pinturas eran reales, así como sus cuentos;  a los vaivenes de las relaciones humanas signadas por la inmediatez, el deseo, los intereses particulares, la guerra, el hambre, la locura, el exilio. Protegida por Renato Leduc, un escritor mexicano que se enamora de ella, huye hacia América, huye como el caballo blanco, en su cuadro Autorretrato en el albergue del caballo de Alba. En primera instancia vive un tiempo en Manhattan, en donde conoce a otros pintores como Chagall, Calder y Matta. Su espíritu y sus manos revolotean sobre los lienzos y el papel, mientras intenta adaptarse al nuevo país que se interesa por los surrealistas. Un poco perdida como Alicia, a quien la novelista introduce para relacionar la vida de Leonora con los diversos personajes de la novela de Carroll, como una resonancia literaria y simbólica, sigue a su marido para vivir en México.
Esta novela, ganadora del Premio Biblioteca Breve del 2011, de Seix Barral, muestra la vida de la artista que se parte en dos: Europa y América. En sus comienzos, la estancia en un país extraño y virgen en el que todo está por descubrir, la irrita, pues no entiende que la gente camine sin zapatos por las calles al lado de sus perros y pavos; la comida es extraña, el idioma, las costumbres, la crueldad heredada de los españoles cuando asiste casi obligada a una corrida de toros, de la que sale aterrorizada y sintiéndose culpable por no haber hecho nada para salvar a Tanguito, el toro. Aunque la pintora vive hasta sus últimos días en México, no deja de ser aquella amazona-caballo que toma té varias veces en el día.
Su capacidad creadora no conoce la esterilidad o los períodos en blanco, su obra es reconocida, tanto la pintura como la narrativa, y al final de su vida, sus esculturas hacen parte del paisaje citadino en la gran urbe mexicana.  Su obra, se nutre con las teorías de Freud y de Jung, relacionadas con el inconsciente, más con Jung, en realidad; conoce la meditación y el libro del I Ching, los hongos sagrados, la cábala. Se dice que Leonora Carrington es considerada como una de las precursoras del feminismo en su época, negaba ser la musa de algún artista, pues decía: “Ese endiosamiento en la mujer es puro cuento, las llaman musas, pero terminan por limpiar el escusado y hacer las camas”. A la vista de los otros, “Leonora era no una poeta, sino un poema que camina, que sonríe, que de repente abre una sonrisa que se convierte en pájaro, después en pescado y desaparece”, decía Octavio Paz.
La biografía novelada, de la escritora mexicana, tiene una armazón de círculos que se tocan entre sí alrededor de Leonora como eje y el contexto cultural y sociopolítico que se desarrolla entre 1920 y la primera década del presente siglo. La vida cultural de México la llevan a reunirse con personajes de su mundo artístico entre ellos la pintora Remedios Varo, también exiliada; con ella Leonora establece una gran amistad para compartir la vida interior, hasta que la muerte repentina las separa, dejándola en una gran desolación. En el carrusel de la vida social conoce al fotógrafo húngaro Weiz, con quien tiene dos hijos. Conoce a Jorodowsky, Luis Buñuel, León Felipe, Octavio Paz, Maria Félix, asiste a algunas fiestas en casa de Frida Kalho y Diego Rivera, pero no fructifica la amistad con ellos. El ambiente político que vive la UNAM con sus movimientos estudiantiles en los que participan activamente sus dos hijos, hacen que de nuevo la pintora huya con ellos hacia Nueva York, después de la terrible masacre de Tatlelolco en 1968 .
La lectura de esta novela,  lleva al lector a repasar la obra pictórica y narrativa de Leonora Carrington para comprenderla mejor, pues la vida y la obra se entrelazan. Releer La dama Oval, Los conejos blancos, El séptimo caballo, o mirar sus cuadros llenos de imaginación, símbolos e indescriptible belleza, abren un universo subjetivo en contraste con las vicisitudes de su vida, sus amores, su familia, su constante exilio, la angustia como remanente de la locura y sus prisiones.
De esta forma, una vez más comprobamos que los verdaderos artistas en su gran mayoría han sido signados por experiencias crueles en manos de los diversos poderes que atraviesan el mundo y la vida, evidentes a través del arte, en este caso de la literatura y la pintura.



       

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Juanantonio




                            3

Esa mañana madrugamos y bajo el olor fresco de
las frondas esperamos con emoción el momento en
el cual abrieran las puertas de la escuela. Decenas
de niños -pájaros bulliciosos en medio de la calle-
tallaban la vida. De pronto, cuando pasamos al lado
suyo, un chiflido aterrador de pájaros perversos hiere
mis oídos. Todos señalan mis pies, se burlan. Volteo
a mirar los pies de ellos y encuentro que los chicos
tienen botas de tela que amarran con cordones arriba
del tobillo; miro mis zapatos y comprendo la razón de
la rechifla, mis tenis no se amarran, su empeine solo
llega hasta el borde del tobillo, para ellos son zapatos
de niñitas. Mi hermano gemelo no se inmuta, pero yo
siento la jauría sobre mí. 
Allí comenzó la ordalía. Ese fue el día de mi bautismo 
social. Tenía siete años.
pg 11


viernes, 1 de febrero de 2013

Motivos de seducción



http://www.mediafire.com/view/?b3sgbeuan42b54n

Motivos de seducción

Naná Rodríguez Romero

No pocas veces me han preguntado cómo se puede escribir minicuento, minificción y poesía a la vez. El gusto por estas dos formas de la literatura se gesta creo yo con las primeros acercamientos a la lectura en general. En mi caso, ocurrió con la lectura de cómics, para la época eran esos hermosos cuadernillos con las historias de personajes como La pequeña Lulú, El pato Donald, Tribilín, Periquita y Toby, y los cuentos de las cartillas de lectura, que recuerdo leía a mi hermano menor cuando regresaba por las tardes de la escuela. Considero que la característica visual de mi poesía y mi narrativa, se originó allí; luego vino la época de las novelas de pistoleros que me apasionaban, y creo así fue como empecé a reconocer la poesía, por la forma de ciertas descripciones bucólicas del paisaje y de los atardeceres .

La anécdota de esta época de la infancia, ahora para mi es muy bella, pues nos reuníamos los niños de la ciudad en el cine del domingo en la mañana, con el brazo doblado por los cuentos e historietas que intercambiábamos en la entrada del teatro; también las tiendas y las zapaterías se convirtieron como en pequeñas bibliotecas de barrio pues allí alquilaban los cómics, las novelas de color sepia de El Santo, El fantasma, el Doctor Mortis, Dick Tracy y Tarzán, y por supuesto, las fotonovelas de Corín Tellado, las grandiosas novelas de pistoleros con Billy de Kid, Bud Cassidy,  Jesse James y una heroína pistolera de quien no recuerdo el nombre, colgadas todas estas maravillas para la imaginación infantil, en cuerdas a modo de vestidos que se secan al sol, alquilados por unos pocos centavos para devolverlos al día siguiente.

Con la educación secundaria, vinieron las lecturas de obras clásicas nacionales y universales y la presentación de esa señora llamada filosofía, que me deslumbró e intimidó; conocer a Nietzcshe, y su Zaratustra, esa maravillosa conjunción entre la poesía y el pensamiento, encapsulados en los aforismos, fueron los motivos de la seducción. Ya adolescente en compañía de mi hermano, leíamos con pasión los fragmentos de este personaje, aunque poco entendíamos, nos fascinaba la música y los pensamientos que en nuestras mentes abiertas se iban fortaleciendo, quizá fue allí donde nació este gusto por la brevedad y la síntesis.
Los primeros trazos de la escritura fueron con la poesía, esa especie de intimismo al comenzar esta relación amorosa con el asombro y las palabras en compañía de los grandes maestros de la literatura . En forma alterna empecé a conocer por intermedio de Guillermo Velásquez los maravillosos minicuentos de Arreola llenos de ironía, humor, fantasía, dejándonos perplejos algunas veces, o con una vaga sonrisa, otros que no entendíamos por las alusiones históricas y literarias, que con el paso del tiempo y la experiencia supe que se trataba de la intertextualidad y la parodia. Así crecí en lecturas y sensibilidad: Borges, Cortázar, Monterroso, Kafka, y un puñado de colombianos, entre ellos Guillermo Bustamante quien publicó mi primer minicuento en su tabloide A la topa tolondra en Tunja, mi ciudad natal.

En sus inicios, el tránsito por la narrativa se me había convertido en un miedo  secreto, un balbuceo que eclosionó con una época de viajes oníricos, viajes al inconsciente reunidos en una gran parte de mi primer libro de minicuentos,  La casa ciega y otras ficciones, reseñado por Raúl Brasca bajo la luz de su mirada poética y gran conocedor del microcuento , en contraste con Lauro Zavala a quien la lectura del  libro en mención espantó y a la vez me espantó él a mi con  su comentario, después elaboré una minificción a partir de esta anécdota que titulé Cinta de Moebiüs, del libro El sabor del tiempo, reseñado luego por nuestro amigo Lauro.

Las circunstancias me han asilado en el territorio de la academia y en el hogar de la creación, después de salir de la universidad con estudios en Psicología Educativa y filosofía, me dediqué a la vida contemplativa: tejer textos y lana de oveja, los amigos me decían si no pensaba en seguir estudiando y les contestaba que me estaba especializando en tejido de punto y poesía, fueron los años más sostenidos en mi oficio literario. En un mundo laboral cada vez más exigente, después de quince años regresé al ámbito académico, a estudiar Literatura y semiótica, de un grupo de 42 personas creo que era una de las pocas que estudiaba porque me gustaba la literatura, mi interés estaba lejos del escalafón y los puntos salariales, vivía de nuevo en la casa de la familia y me pagaba la universidad con el trabajo de mis manos, diseñaba y elaboraba swéteres, mis manos eran suaves por la lanolina de las ovejas, mis amigas de entonces.

Un día me encontré con el director del posgrado y me miró con recelo al ver que llevaba un pequeño telar a clase, le dije que cómo le parecía mi marco conceptual, y me contestó que las arañas se habían venido a tejer a la universidad –ese día iba a explicar el concepto de texto a partir de la analogía con un telar-.
Confieso que conocí teorías literarias, modelos analíticos, escritores extraordinarios y ladrillos del estructuralismo que matan la poesía, para mí era muy duro estar en medio de esa contradicción, pero me emocionaba tanto cuando descubría que en mis minicuentos y cuentos estaba también la diégesis y la historia, los distintos narradores, la focalización, la epifanía, la intertextualidad, etc; siempre estuvieron ahí, pero no sabía sus nombres, me acercaba a conocer la ciencia del texto literario. Luego vino el trabajo de grado y sin dudarlo, empecé mis indagaciones acerca del minicuento, sin muchos recursos pues para el año 95 no teníamos la internet en Colombia, en las bibliotecas y librerías era muy escaso el tema, casi inexistente, pero me apasioné tanto, que pasaba días enteros en las viejas bibliotecas de Tunja internándome en la historia, dentro de esos tomos grandes y pesados, casi como en una especie de arqueología, en búsqueda  del origen y desarrollo del relato breve, quería saber dónde y cuándo había surgido, cómo había sido su transhumancia por los pueblos de oriente y occidente, de la modernidad a la postmodernidad, en compañía de la primera  Antología del minicuento en Colombia de Kremer y Bustamante que me ayudó a ilustrar algunos aspectos del género. 

El trabajo fue contra el tiempo, pues si no lo presentaba en el último semestre, tendría que pagar otro más y no podía ni quería darme ese lujo, así que la nuca y los ojos pasaron cuenta de cobro. Con algunas sugerencias del profesor Fabio Jurado, también amigo del minicuento, me gradué y mientras elaboraba el informe final, tuve la certeza de que ese trabajo lo iba a publicar. Llevé el manuscrito a una editorial en Bogotá, y no les interesó porque eso del minicuento casi nadie lo conocía, entonces con un préstamo del Fondo Mixto de Cultura, salió la primera edición en 1996 y lo más sorprendente, pagué el préstamo con la venta de mi primer hijo bautizado: : Elementos para una teoría del minicuento, bajo el sello editorial Colibrí Ediciones, mi propia editorial, un brazo de la corporación Literaria con el mismo nombre que lideraba mi amigo Arturo Neira.

Meses después de la publicación me llamó el director de la especialización en Literatura y Semiótica Benigno Avila para darme la dirección de Lauro Zavala, pues se conocieron  en un Congreso realizado por el Instituto Caro y Cuervo en Bogotá, él le había hablado de mi libro encontrado en la librería Lerner; grande fue mi asombro pues a Lauro lo conocía a través de sus libros Teorías del cuento I y II reseñados en mi trabajo, fotocopia que me había facilitado Fabio Jurado, le escribí y tremenda sorpresa cuando me contesta felicitándome por el libro e invitándome a ser miembro de la Asociación Internacional de estudiosos de la minificción.

Después, por intermedio de Lauro y de internet, conocí a esa persona maravillosa llamada Raúl Brasca; así empezó el intercambio de libros: conocí a Violeta Rojo con su libro Breve manual para reconocer minicuentos que me envió Lauro en su gran generosidad desde México, de esta manera se enriqueció mi conocimiento sobre el minicuento a través de ese “desgenerado” de Violeta. Luego vinieron los autores mexicanos a través de las  antologías y estudios  sobre la minificción de Lauro: Guillermo Samperio, José de la Colina, Avilés Favila, Mónica Lavín, Adolfo Castañón, entre otros; después, Argentina con Raúl y su notable trabajo en Maniático Textual, sus excelentes libros de microcuentos, las diversas antologías Desde La gente , - así supe que el género tenía varias denominaciones -  uno de los libros que recibí en el intercambio con Raúl fue Casa de Gueishas de la gran Ana María Shua, a quien ya conocía y comenté en Los elementos con un texto de La sueñera, y El jardín de las delicias de Marco Denevi. Años después me encontré con Raúl en Buenos Aires, quien tuvo el gesto amabilísimo de invitarnos a almorzar y luego mostrarnos en su auto, Palermo, La costa Nera y el centro de la ciudad,  fueron gratos momentos en su compañía y la de mi hermano en esa ciudad tan bella.

En ese lapso de tiempo tuve otros hijos bautizados: Permanencias, Hojas en mutación, Lucha con el ángel, La casa ciega y otras ficciones, publicado después de dos o tres años de espera  en la misma editorial que me había negado la publicación del primer libro, Editorial Magisterio, la dedicatoria del editor al primer ejemplar dice: Cuando volví, al fin el libro estaba allí!. Después, al participar en una convocatoria del Ministerio de Cultura de mi país, gané una beca de residencias artísticas en el exterior en el año 2002, se trataba de vivir en Venezuela durante dos meses y medio para escribir un libro de minificciones, desarrollar un programa de lecturas, y recitales en varias ciudades. Allí conocí en persona a Violeta Rojo quien también con su gran amabilidad me enseñó Caracas y la comida tradicional de Venezuela,  y por cosas del azar, a Lauro Zavala; ese día desayunamos, conversamos y el resto del día estuve mostrando la ciudad a Lauro y a su esposa, fuimos a cine, a la Casa de Bello, al museo San Carlos, entre otros lugares. De esa experiencia en Venezuela, surgió el libro de minificciones Efecto mariposa .

También allí, me regalaron libros de grandes escritores del minicuento y la minificción de ese país como Alfonso Armas, Eduardo Liendo, Antonio Ramos Sucre, Gabriel Jiménez Emán, Antonio Jose Sequera, Luis Britto García, Rigoberto Rodríguez, quien además tenía una página en internet  denominada Texto sentido, conducía un programa radial y me invitó para conversar sobre el minicuento.

En los años sabáticos forzados, adelanté una investigación sobre el minicuento en Colombia, a partir de un rastreo de libros de minificción y minicuento publicados en el centro del país, pues se sabe que se escribe y publica mucho en provincia pero muchas veces estas ediciones no se conocen en la capital, además indagué por los concursos que día a día crecen, por los autores consagrados en la novela que han coqueteado con el minicuento como García Márquez, Alvaro Mutis, Mejía Vallejo, y los consagrados en el género como Triunfo Arciniegas, Elias Flórez Brum, Jairo Aníbal Niño, Harold Kremer, Humberto Jarrín, Umberto Senegal, entre muchos otros. Además de las antologías preparadas por Bustamante y Henry González con la colección La Avellana, los bellos Cuadernos negros editados por Viviana Bernal desde Calarcá y su antología de escritoras colombianas de minificción.

Luego vinieron los últimos hijos de la poesía: El bosque de los espejos, El oro de Dionisios, La piel de los teclados y una segunda edición de los Elementos publicada por la universidad donde trabajo, la UPTC.  Heme aquí re-visitando estos lugares, personas, textos, afectos y desafectos, mi travesía por estas rutas de la escritura y de la lectura, de la poesía, de la minificción y del minicuento, esta lucha con las palabras porque algunas  veces no alcanzan para expresar el misterio o el asombro, o también cuando se vienen en cascada y la escobilla se queda olvidada por ahí en un rincón…

Este caleidoscopio ha venido fortaleciéndose y ganando en imágenes gracias a ese invento genial de la internet, por este medio conocí el trabajo admirable que desarrolla Ficticia con Marcial Fernández y Alfonso Pedraza en México, a José Manuel Ortíz, a Rogelio Guedea, a El cuento en red, a Rony Vásquez, con Plesiosaurio en Perú, a La internacional  microcuentista con Martin Gardella y Esteban Dublín, a Ojo travieso con Lilian Elphick, y el grupo selecto de escritores chilenos como Pía Barros y Diego Valenzuela; a Quimicamente impuro y Breves no tan breves de Sergio Gaut Vel Hartman, a Juan Romagnoli, Luiza Valenzuela de Argentina, y los grandes escritores españoles Julia Otxoa y Jose Manuel Merino; Ficción mínima y ese mar de blogs y páginas dedicadas al minicuento, minificción, microrrelato, microcuento, a todos esos  amigos del facebook amantes de la brevedad. 

Por otra parte, gracias a personas estudiosas de la minificción como David Lagmanovich, Lolita Koch, Lauro Zavala, Juan Armando Apple, Laura Pollastri, Paqui Noguerol, Sandra Bianchi, Javier Perucho, entre muchas otras, este jardín cada día se robustece con nuevas propuestas, nuevos nombres, nuevos asombros y también mucha vanalidad como ha expresado nuestro amigo y escritor argentino Orlando Romano.
Para volver a la pregunta inicial de por qué el minicuento y la poesía, comparto el siguiente texto que nació como poema y meses después en los vaivenes de la revisión, le di un cierre de minificción:

Imperativa
Le dije:
¡Intúyeme!
Me has desarmado con sólo una mirada
Condúceme hacia la hondura de tus besos
Arrástrame hasta la espesura de tus cabellos
El aroma de tus axilas, la redondez de tus pupilas
¡Traspásame!
Navégame con la tibieza de tus pies
La suave curva de tus uñas.
Erige con tus manos un altar en mi espalda
¡Pruébame!
Hunde tus dientes en la carnosidad sublime de las frutas
Recorre mis laberintos, descúbreme
Sé domador de mis abismos
Reina en la más profunda cavidad
Arráncame el grito de la sangre
Derrámame el vino de la especie:
¡Floréceme!
Nunca supe si lo intimidaron las palabras y su significado. La voz pasiva o la acción de los verbos. El caso es que salió huyendo con la disculpa de ir a comprar cigarros.

Tunja, marzo de 2012